Lecturas y textos


El hambre del ojo[1]


"¿Cuál es el momento de la angustia? ¿Es acaso lo posible de ese gesto con el que Edipo se arranca los ojos, los sacrifica, los ofrece en pago por la ceguera con la que se cumplió su destino? ¿Es esto la angustia? ¿Es la posibilidad que tiene el hombre de mutilarse? No, es propiamente lo que me esfuerzo en designarles mediante esta imagen, es la imposible visión que te amenaza, de tus propios ojos por el suelo."[2]



Un círculo, que se repetirá a lo largo de la historia, negro, + un oscuro ruido de cinta. Se inicia: Instantánea.
Entro a un mundo donde lo real y lo imaginario no se contradicen y dónde imágenes silenciosas me hablan con elocuencia acerca de nuestra condición humana. Con tinte de poética surrealista, un hombre baja las escaleras, vuelve de algún lugar, solo, a una habitación oscura. ¿Sus compañeros de cuarto? algunos objetos: un cigarrillo, la televisión y una botella de whisky. Son las 22:44hs. Se duerme con imágenes de guerra que se proyectan en la tele e invaden sus pensamientos en el sueño, animaciones de hombres máquinas guerreras que se vuelven tanques y una figura, como un esténcil; es él, y le estalla un ojo que se vuelve radar: empieza a correr y fotografiar los paisajes de destrucción a su alrededor. Otro esténcil: una mujer. Despierta y una voz femenina metálica anuncia la explosión de una cabeza nuclear.
Se corta la luz, ingresamos a una atmósfera entre onírica y alucinatoria. A partir de acá ya no sabremos cuáles cosas pertenecen al sueño o a la realidad, quizás sea todo un gran sueño-pesadilla, por el exceso de realidad. Se le aparece la imagen de la mujer del sueño y lo saca, lo lleva al exterior.
Se produce un cambio de luz brusco en la filmación, ahora todo es exageradamente claro: edificios y gente muerta, quizás producto de la explosión de una bomba nuclear o de la explosión de su propia pantalla subjetiva, de su propio ojo estallado, ese que mira la tele y a través de la cámara de fotos es mirado por esas imágenes. Desespera, corre y vuelve al sótano a emborracharse para aliviar el horror de ese encuentro, no parece conseguirlo ya que las imágenes de la guerra, la mujer y la muerte lo acosan; explota la botella contra la pared que ya no alcanza como defensa contra lo real.
Otra vez él vuelto dibujo, personaje de historieta fotografiando con una cámara instantánea cadáveres, explosiones que guarda en su bolsillo. Y otra vez la mujer, sensual, corporal. Y él fundido en escenas que lo muestran como combatiente corre, se desvanece ¿De qué guerra se trata? Si el director nos muestra la imagen de ella y la cámara que se le viene encima y lo arrincona contra la pared, allí donde pierde las imágenes que guardaba. ¿Lo que se le viene encima es su propia mirada? ¿Lo femenino? ¿Una mujer que encarna la muerte y la destrucción?

En todo momento se funden los efectos devastadores de una explosión instantánea exterior e interior. Aparece cierto lazo entre la muerte y lo femenino, erótico. Devastación del mundo exterior por la guerra y el mundo propio como efecto. Pero también, como metáfora de la devastación subjetiva y luego de la del mundo exterior. El clima onírico le permite al director trabajar estados alucinados, representar lo irrepresentable (de la no-relación) a través de la metáfora del sótano sin luz, casi sin aire de la soledad y el aislamiento, grafica la subjetividad del protagonista. Parece una guerra sin salida: la pesadilla atómica y el estallido psíquico. Un círculo del que no hay salida.
Regresa y es la repetición del inicio: una mujer y el audio de una voz metálica “Una tercera parte de la energía total del estallido se disipó en un fogonazo de rayos infrarrojos haciendo explotar tanques de nafta y edificios, se calcula que miles de personas fueron alcanzadas por rayos gama y neutrones encontrando así una muerte instantánea, instantánea” la cámara de cine se aleja capturando la imagen femenina en la pantalla del televisor.

Círculos-ojos-estallidos. Intentando captar lo irreductible, esa milésima porción de materia con el círculo del lente. Estalla también el ojo. En el sueño ve algo que no puede ver en la realidad y quizás es ese sueño más real que la realidad, en el punto de la angustia y desesperación a la que se ve llevado el personaje y que muestra cómo un real sin ley cuestiona la identidad y la unidad del mundo.
El personaje está inmerso en una función, digamos, la de la mirada, en cuyo ejercicio  ésta se apodera de él y lo invade. De pronto está adentro de la fotografía, surge como ojo de la función de Voyeur. En la elección de un modo de mirar, documentar lo sucedido, nos muestra una elección de la mirada, fotografiar, documentar la devastación, la catástrofe, sin embargo los espacios, construcciones y paisajes de la realidad no están destruidos sino mayormente en la animación, es allí donde aparecen claroscuros, zonas iluminadas por el estallido y otras profundamente negras, como efecto de la guerra y metáfora de la angustia, que es la que “nos asegura que hay un mundo en el momento en que lo estamos perdiendo, en ese borde donde podemos ser tragados por la pulsión de muerte, en sacrificio a los dioses oscuros.”[3] Aparece en la película por dos vías, la de la guerra como fuerza horrorosa que viene del exterior y provoca el espanto, el sinsentido, la perplejidad y por el otro si lo tomamos como metáfora de la soledad y del objeto mirada que invade al sujeto en el aislamiento, el exilio casi, que es ya una forma de muerte.
Una breve e intensa visión del absurdo que supone una existencia anodina, una rutina casi vacía de pensamientos y afectos que se ve alterada por el estallido de una cabeza, la nuclear y la del personaje.

En El malestar en la cultura, Freud pone en relieve el hecho de que hay en la cultura algo que trabaja para la destrucción del hombre. En estos tiempos, esto sigue siendo una evidencia que no es muy soportable. Parece que los descubrimientos tecnológicos trabajan para la destrucción del hombre, al mismo tiempo que para su salvación temporal.
Si la pulsión de muerte exige siempre más: el plus de goce que se presenta en su cara más brutal en la adicción, aquí en el corto quizás sea el imán que el sujeto tiene con su goce, el del encierro, la soledad subjetiva y la captura por la imagen que él pretende capturar. Ese objeto que viene a responder al principio del placer, en un momento dado se transforma en algo que va mucho más allá y la figura se transforma en un objeto pasional inquietante determinado a partir de su modo de gozar. El ser del sujeto se funda ahí, especificado a través del goce y es esta tela, esta trama lo que condiciona la manera en que se ordenan los acontecimientos, las palabras.
La potencia de destrucción está en el corazón del hombre mismo. Y esta pulsión de muerte, esencial en el hombre, no sólo no hay que parcializarla, sino que se trata para Freud de hablarla, de decirla, a fin de extraerla lo más posible, para hacer algo con ella, e impedir que produzca estragos. Para Freud, es mejor que el hombre sepa. Es de eso mismo de lo que está hecha esta historia que, por la función de sublimación, se encuentra en beneficio de lo humano y no conduce a su destrucción. “Me resultó difícil fotografiar a través de mis lágrimas. Sin embargo hice la fotografía…”[4] dice el director a través de Eugene Smith, y si quizás se trate de eso, de creer, y aún a veces hasta de creer llorando.









[1] Para el Ciclo de cortos del Depto de Psicoanálisis y Política - Del Depto de Toxicomanías y Alcoholismo: María Marta Arce - Octubre de 2010
[2] Lacan, J.: El Seminario, Libro 10, La angustia, Ed.Paidós, Bs.As., 2006, pág.176.
[3] Laurent, Eric. El objeto a como pivote en la experiencia analítica, en “Lo inclasificable de las toxicomanías”. Ed Grama. Pág. 22
[4] La película empieza con una cita de W. Eugene Smith, quien es considerado uno de los padres del reportaje fotográfico. Su actividad, durante los años 40 hasta los 70, ha hecho de él un referente para aquéllos que quieren reflejar la realidad mediante la fotografía.